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Katja Hoyer: “No se puede combatir la mala ética laboral con presión y frases vacías”.

Katja Hoyer: “No se puede combatir la mala ética laboral con presión y frases vacías”.

La mayoría de los alemanes solo hacen lo mínimo indispensable en su trabajo. Katja Hoyer explica por qué y por qué Alemania podría verse sumida en una grave crisis.

Escritora y autora, Katja Hoyer. Archivo Hoyer

En medio de la conmoción generada por la guerra entre Irán e Israel esta semana, una noticia casi se pierde: según cifras del gobierno, el Estado está pagando alrededor de siete mil millones de euros a trabajadores cuyos ingresos son insuficientes para vivir. En otras palabras: más de 800.000 personas en Alemania trabajan, pero siguen siendo tan pobres que no pueden mantenerse. Este número de beneficiarios de ayudas complementarias ha aumentado por primera vez desde 2015.

Esto no solo representa un problema para las personas afectadas y el presupuesto nacional, sino que también implica que los contribuyentes subsidian al sector de bajos salarios. Además, aproximadamente dos millones de trabajadores compensan la pérdida de ingresos con un segundo o incluso un tercer empleo. La tasa de segundos empleos se ha más que duplicado desde 1990. Según el Informe Paritätische Poverty Report, casi dos tercios de los adultos que viven por debajo del umbral de pobreza están empleados o jubilados.

El panadero trabaja día y noche y no puede vivir con su salario.

Estos problemas también existen en otros países. En un pequeño pueblo de Inglaterra donde vivo, vi hace poco un cartel en una panadería. Buscaban un nuevo panadero con formación completa y al menos tres años de experiencia profesional (incluyendo panes de Europa continental). El puesto sería por horas, aunque se esperaría que trabajaras de 40 a 45 horas semanales, incluyendo turnos de noche. Salario: de 20.000 a 25.000 libras al año. Generalmente, se considera necesario un ingreso anual de 28.000 libras para garantizar un nivel de vida mínimo aceptable. Por lo tanto, el panadero en cuestión trabajaría literalmente día y noche, sin poder siquiera sobrevivir con su salario.

Se mire como se mire, detrás de todas estas cifras se esconde una relación entre empleador y empleado que considera a este último únicamente como un factor de coste. Crean relaciones laborales que pueden ampliarse o reducirse según sea necesario, pagan el mínimo indispensable y, en la medida de lo posible, se ahorran los costes adicionales, que el Estado, es decir, otros contribuyentes, debe cubrir. Y si no es suficiente para vivir, se espera que el Estado lo complemente.

Lo que distingue a Alemania en este aspecto es, por un lado, la magnitud de su sector con bajos salarios. Según la Oficina Federal de Estadística, casi uno de cada cinco empleos es de bajos salarios, lo que significa menos del 60 % de la mediana de ingresos brutos por hora. En comparación con otros países europeos, esta cifra está muy por encima de la media. Solo Letonia, Lituania, Estonia, Polonia y Bulgaria ocupan puestos superiores. Por otro lado, la cultura de la intercambiabilidad en Alemania también afecta a las personas con altos ingresos y, en consecuencia, mina la moral.

Un estudio aclamado del Instituto Gallup para el Índice de Compromiso Gallup 2024 reveló que el compromiso emocional de los alemanes con sus empleadores se ha desplomado. Según el estudio, el 78 % de los empleados solo cumple con lo mínimo indispensable en sus trabajos. Casi la mitad de los empleados ya han renunciado a sus puestos de trabajo internos y buscan activamente alternativas. Este es un récord histórico , según el estudio. En 2019, la cifra fue del 27 %.

¿Se han vuelto perezosos los alemanes?

La cobertura mediática alemana suele centrarse en los trabajadores. Preguntas como "¿Se han vuelto perezosos los alemanes?" y "¿Se ha convertido Alemania en un país de apatía?" son muy populares. Las demandas de la política y el sector empresarial apuntan en la misma dirección. Monika Schnitzer, presidenta del llamado Grupo de Expertos Económicos, que analiza el desarrollo económico de Alemania para el gobierno, ha abogado, por ejemplo, por la reducción de las bajas por enfermedad. Cree que quienes trabajan en oficinas "podrían ser capaces de trabajar durante cierto tiempo a pesar de tener una pierna rota".

El canciller Friedrich Merz también presiona al gobierno para que resuelva el problema. «Necesitamos trabajar más y, sobre todo, con mayor eficiencia en este país», enfatizó. «Con una semana laboral de cuatro días y un equilibrio entre la vida laboral y personal, no podremos mantener la prosperidad de este país». Puso el asunto en perspectiva, afirmando que «no se puede decir que los alemanes trabajan demasiado poco en general», pero el rumbo es claro.

Según un estudio del Instituto Económico Alemán (IW), un organismo favorable a las empresas, los alemanes en edad laboral de entre 15 y 64 años trabajan significativamente menos que las personas de la mayoría de los países comparables, con aproximadamente 1036 horas trabajadas al año, y ocupan el penúltimo lugar entre los países de la OCDE. Sin embargo, dudo que la presión sobre los trabajadores sea la única solución.

Los alemanes no se dieron cuenta de repente de que ya no disfrutaban trabajando. ¿Dónde están las exigencias a los empleadores para que mejoren las condiciones, creen un ambiente laboral positivo, paguen salarios justos y traten a sus empleados como individuos con ganas de desarrollarse y cuyo desempeño es valorado?

Quien espere que la gente en Alemania trabaje más y durante más tiempo debe organizar este trabajo de forma significativa y no solo pensar en cómo apretar las tuercas. Esto no combatirá la mala ética laboral, ni la resignación interna, y mucho menos las condiciones en las que las personas son pobres a pesar de trabajar, el factor más desmotivador de todos.

Dejando a un lado los conflictos globales, Alemania se encamina hacia una grave crisis interna si no empieza a considerar seriamente cómo mejorar el trabajo. Los debates sobre el salario mínimo, la baja por maternidad o paternidad y la escasez de trabajadores cualificados deberían formar parte del debate, pero no limitarse a ellos. El Instituto Gallop, mencionado anteriormente, también ha señalado una crisis de liderazgo en las empresas alemanas. Casi todos los directivos alemanes (97%) se consideran buenos, mientras que la mayoría de sus empleados (69%) afirman trabajar en equipos liderados por malos directivos. Por lo tanto, además de todas las medidas políticas y económicas que se puedan debatir, también se necesita un cambio cultural. Esto incluye cuestiones como la formación, el cuidado infantil y un trabajo más moderno mediante la tecnología y la flexibilidad.

En resumen: El problema del trabajo es complejo y no debe desestimarse con frases vacías y soluciones supuestamente simples, ni posponerse porque se avecinan crisis más agudas. El gobierno ahora cuenta con el dinero, gracias a su enorme fondo especial, y, con cuatro años de plazo, tiene tiempo para abordar seriamente este problema y buscar soluciones a largo plazo.

El trabajo es más que un factor económico. Es una parte que forma la identidad de nuestras vidas y de nuestra sociedad. Si se convierte en una simple obligación, se destruirá algo más que la prosperidad.

Berliner-zeitung

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